La manta



Cada quien que atienda su juego, decía la canción del "Don Pirulero". Nada más lejano de lo que debería suceder en una sociedad, en donde todos somos constructores de una misma realidad. Poco a poco vamos construyendo con cada cosa que hacemos o dejamos de hacer. Esa creación colectiva se parece mucho al tejido de una manta.

La manta se construye en la diversidad, que entraman patrones coloridos y le dan una belleza particular. Desde afuera se ve una sola manta, colorida y uniforme, pero al verla en detalle se notan las diferencias de puntadas y tonos que están cargados de la realidad y la esencia de cada individualidad. Y se nutre, y realza su belleza, al unirse con la del otro.

Esta manta resulta también la red de contención más poderosa, que tejen todas esas personas que nos ayudan a crecer, y dan sentido a nuestras vidas. Esa red de contención, que está basada en el cariño y el amor que entregamos, es uno de los pilares más sólidos de nuestra felicidad.

Está en nuestra carga genética ser seres o animales sociales y en la realidad de la sociedad moderna lo desaprendemos, ese es el reto que enfrentamos: conservar y potenciar esa esencia cooperativa en el entendimiento de que si todos entregamos, todos recibimos. Pero primero es entregar, de esto no queda duda alguna.

La corrupción va deshaciendo la manta, pulverizando ese tejido social que se construye en base a la confianza. Por eso es el mayor de los cánceres de nuestra sociedad.
Pareciera que las nuevas generaciones, gracias a las facilidades que otorgan las nuevas tecnologías, están más dispuestas a romper esquemas individualistas y tienden a la cooperación. Por ejemplo, comparten soluciones y trucos de juegos de video, publican y comparten cada experiencia de su vida, coordinan encuentros de manera colaborativa y se unen a iniciativas como el “couchsurfing”. Parecen dar señales de que la manta como construcción colectiva tiene esperanza de seguir fortaleciéndose, aún más.

Comentarios