Dejé todo lo que tenía



Cuando pienso en qué cosas son las que de verdad necesitamos, me viene a la memoria lo que viví cuando me fui de Quito.

Estamos tan confundidos a veces, o mejor dicho, nos quieren confundir tanto. La sociedad del consumo se sostiene gracias a que estamos convencidos que cada vez necesitamos más. Y como en todos los ámbitos de la vida, el justo equilibrio es lo que debería prevalecer.

Nada tiene de malo querer darse algún gusto de vez en cuando, o comprarse algo que uno necesita. El problema empieza cuando comenzamos a confundir lo necesario con el deseo de un falso imaginario, que casi siempre, la publicidad se encarga de construir.

Las empresas más ganan mientras más venden. Es un principio básico. Éstas miden el volumen de ventas y su rentabilidad. Ambos aumentan si la empresa adopta una estrategia de renovación acelerada de modelos de sus productos, acortando los plazos entre un lanzamiento y el siguiente. Se lanza un nuevo modelo con nuevos atributos. Se da esta táctica particularmente en los productos tecnológicos, pero también en la ropa, los servicios…incluso en la comida y los medicamentos.

De alguna manera los nuevos atributos de un producto o servicio generan esta demanda antes de que el anterior modelo caduque. Se acelera el recambio y se incrementa el consumo. Y si el consumidor lo compra, el acuerdo tácito es que está bien, porque siempre podría decidir no comprarlo. Más posibilidades de compra, mayor competencia y mayor libertad…de consumo.

Y cuento todo esto desde el lugar de un consumidor empedernido, casi enfermo en el caso de los avances tecnológicos. Invento todas las razones necesarias para convencerme de que estoy haciendo una compra con sentido, que deje mi conciencia en paz. Y si no obtengo los argumentos necesarios termino con la razón suprema de “es un gustito que de vez en cuando me doy”.

Y mientras más consumimos, mayor contaminación generamos a través de la producción y la chatarra de productos “caducos"…y más nos endeudamos. Definitivamente necesitamos aprender a lograr ese equilibrio, y a dejar de lado un poquito la moda (que a ratos sí incomoda) y la obsesión por tener lo último de lo último. ¿Cuántas veces compramos algo pensando en cuantas cosas más nos dará y terminamos extrañando el modelo anterior que desechamos?

Viví casi siete años en Quito. Armé mi departamento. Se imaginan que después de todo este tiempo tenía de todo. Cuando decidí volver a Buenos Aires tomé la decisión drástica de llevar solamente dos valijas. No sé qué bicho me picó. Una grande para la ropa, y otra más chica para mis cosas más importantes. En ésta última puse algunos libros, unos regalos que me habían dado, recuerdos, documentos viejos y otros objetos personales que consideré indispensables. Así lo hice. Vendí algunas cosas y regalé el resto. Estaba decidido a comenzar de cero otra vez.

Todavía hoy recuerdo el momento que llegué a Ezeiza. “¿Solamente eso traés?” Solamente esto. Doce meses más tarde tuve que abrir la valija más chica. Y para ser exacto, tuve que hacerlo porque me fui de vacaciones a Chile y lo que necesitaba, en realidad, era la valija. Necesitamos muy poco cuando se trata de cosas materiales, incluso aquello que pensamos indispensable no es realmente necesario. 

Lo que necesitamos y mucho son aquellas cuestiones que nos llenan el alma, las experiencias y aprendizajes, los momentos vividos, los cariños, los recuerdos…muchas de éstas que equivocadamente creemos poder suplantar por cosas, que al final del día, nos llenan realmente poco.

(Foto: Dolores Alvarez G.)

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