- ¿Me va a llamar?
- Veremos...
- ¿Por qué se hace rogar?
- No me hago rogar, es que no sé si tenga razones para llamarla...
- ¿Se da cuenta? Tenemos una relación seria desde hace tres años y medio...y todavía no tiene razones para llamarme.
- ...
- No se preocupe, si usted no me llama ya voy a conseguir alguien que lo haga.
- Me parece bien.
- ¿Le parece bien?
- Sí, ¿qué quiere que le diga? Si usted quiere que otra persona la llame no voy a oponerme. Al fin de cuentas nada se lo impide.
- ¿Sabe qué? No entiendo. Hasta hace unos meses usted era mi media naranja, nos juramos amor eterno, ¡hasta hicimos un pacto de sangre! Hoy parece que ya no le importo nada.
- No es verdad. Sí me importa.
- Tanto le importo que ni siquiera me llama...¿será que le está gustando otra persona?
- No puedo creer...no tengo ganas de llamarlo y entonces es que me gusta otra. Que lástima que piense así. No deja de sorprenderme a veces.
- Solamente le pregunto.
- Me insinúa, no me pregunta.
- Bueno yo creo que eso es todo por hoy. Así no se puede conversar. Usted está de mal humor, algo le pasa.
- No me pasa nada. ¿Puede ser que alguna vez no me pase nada y simplemente no tenga ganas.
- Puede ser, pero me parece raro.
- ¿Raro? Mejor se va acostumbrando.
- Yo no quiero acostumbrarme a algo que no me hace feliz.
- Aha...¿y lo que me hace feliz a mí no cuenta?
- Intento hacerlo feliz...siempre.
- Eso veo...
- Esta conversación está yendo por muy mal camino...
- Nuestra relación está yendo por mal camino.
- ¿Se da cuenta? Al final siempre termina igual. Los dos nos hacemos daño con palabra hirientes. No tiene sentido. Yo sé que usted me ama, y yo lo amo.
- ...
- ¿Y si empezamos de nuevo?
- No quiero empezar de nuevo. Quiero que por una buena vez, usted se sincere conmigo y me diga qué quiere de mí. Hace años que estamos juntos pero cada vez que comenzamos una conversación seria sobre nuestro proyecto futuro, usted se va por las ramas. Ese es básicamente mi disgusto.
- ¿Y por qué no me lo dijo antes? Si no nos decimos estas cosas es difícil que solucionemos nuestros conflictos...y luego nos lastimamos sin sentido.
- Usted ya lo sabe, varias veces se lo insinué.
- No es justo que nos comuniquemos con insinuaciones.
- No me hable de justicia, justo sería que me dejara amarla para siempre. Ya suficientes pruebas de amor le he dado...¿qué pasa que no se decide?
- No lo sé.
- ¿Y qué se supone debe pasar para saberlo?
- Que me de un respiro, un tiempo. Si lo extraño será esa la señal.
- ¿En serio? Mire, tómese todo el tiempo que quiera...y cuando la tenga clara me avisa.
- Me parece bien.
- No se da una idea lo triste que me pone todo esto...
- No entiendo...¿ahora se pone triste? Es usted quien me está haciendo esta propuesta.
- Nunca pensé que la aceptaría...
Las relaciones son flujos demasiados complejos. Las personas somos complejas. Llegan momentos en que no importa lo que se diga, siempre se va a poner peor. Tampoco importa qué se haga o se deje de hacer. Puede que en ciertos casos las tormentas pasen, y llegue la calma. Muchas veces alcanza con pequeñas acciones frecuentes, que muestren un cambio de actitud y conviertan los círculos destructivos y viciosos, en virtuosos. Pero a veces ni eso alcanza.
El límite es cuando nos empezamos a hacer daño de manera sostenida, y perdemos el respeto mutuo. De ahí no deberíamos pasar.
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