Un asalto feliz



Vamos a ver, que siempre hay otro lado de la moneda, el lado alegre de la vida. Sería injusto no escribir algo sobre ese territorio olvidado, porque parece que suele ganarle el drama en la partida de la literatura. Yo siempre fui un gordito simpático. Mis amigos me querían porque era alegre. Buen tipo y jodía poco. Era buen deportista y eso, algunas veces ayudaba. Pero nunca ganaba ningún campeonato, y con mucho cariño me fueron dejando a un lado cuando había que registrar el equipo. Ahí está, en seguida la prosa te da la posibilidad de dar un giro dramático, pero no, me voy a concentrar en mantener alegre y feliz esta historia.

Ahh también era yo el que organizaba las salidas y los eventos. Me encanta salir, siempre me gustó, en especial bailar. Era de madera, tenía mi cadera completamente soldada a mis hombros. Pero siempre me destaqué por ser recursivo. Si no bailaba bien, algo inventaba y como era simpático, zafaba. Si una chica no quería bailar conmigo -muy pocas veces junté valor para sacar a bailar a una chica- algo me inventaba y terminaba hablando con ella. Debo reconocer que me fue muy mal en este terreno, en seguida las chicas que me gustaban se convertían en mis amigas, a pesar de que con todo mi lenguaje corporal intentaba hacerles saber que no quería que lo fueran. Yo quería por supuesto algo más. Pero tenía muchas amigas y naturalmente era el link entre mi grupo de amigos y los algunos grupos de amigas.

Por eso organizaba las fiestas. Fiestas, fiestas tampoco eran: "asaltos", le decíamos en esa época. Alguien conseguía que sus padres le dejaran usar su casa para recibir a sus amigos. En seguida se disparaba la cadena de llamados. A las 9 en la casa de fulano, por lo general era de fulana. Cada quien llevaba algo, de comer las chicas, de tomar los chicos; para que no le saliera muy caro a quien nos recibía. Eso aumentaba las chances de que te dejaran hacerlo en tu casa. Algunas veces no había nada, agua. Pero importaba poco. Había que llegar de a varios. Lo importante era poner música, sentarse y decir dos o tres pavadas hasta que alguien, normalmente empujado por un adulto, se animaba a sacar a bailar. Esa tarea era de los pioneros, los valientes... En ese entonces casi exclusividad de los hombres.

Acto seguido el resto juntaba coraje, y poco a poco bailaban todos, en parejas, menos un par, que por nada del mundo bailaban. Por lo general esos fumaban. A escondidas claro. Era muy interesante cómo seguía este ritual. En seguida la conversación empezaba con un "cómo te llamás", después venía la ronda de sos la prima de montoto o tu hermano es Carlitos. Y poco a poco, o la pareja duraba poco y volvían a sentarse, separados, o pegaban buena química y se iban al balcón (casi siembre había un balcón) que venía a hacer las veces de un reservado en un boliche (boliche fue la evolución de boite o discoteca).

Ya en el balcón la cosa avanzaba. La de máxima era sacarle el teléfono, el fijo, no se entusiasmen. Si le sacabas el teléfono tenías un 80 por ciento de posibilidades de que eventualmente lograras un beso. Yo no claro. Imaginen que con tanta amiga, muy poco beso. Pero me divertía y me gustaba ser Valentín.

Otras parejas, las más entusiastas, seguían bailando, y haciendo señas disimuladas con las manos para que quienes estaban sentados se animaran.

Ahhh, fundamental, uno de los amigos era el DJ. Poner la música era tal vez la responsabilidad más grande de un asalto. La música era todo. Si era buena se bailaba, si era muy buena se bailaba mucho, y si los adultos decían que ya era tarde había que hacer una gestión heroica para que nos dejaran estar un rato más, y otro rato más, y otro... Hasta que se acababa el chamullo y se cortaba la música, y la fiesta.

En un momento de distracción el DJ aprovechaba y ponía lentos. No había momento más esperado que el de los lentos. Las potenciales parejas se consolidaban, los tortolitos se apretaban y algunos varios, mirábamos y comentábamos sin ser evidentes. Pero el día que tenías la increíble suerte de bailar un lento con la que te gustaba, ese día, y esa semana, te sentías tarzán.

Que momento tan espectacular. Empezabas agarrando a la chica por la cintura, con ambas manos. El ritmo, el ritmo importaba poco. En ese momento habían dos posibilidades: o la chica te ponía los codos como palanca delimitadora; o te pasaba los brazos por tu cuello y la cosa fluía. Las primeras no era que no les gustabas, eran más recatadas o era que sus padres eran más amigos de los dueños de casa, que siempre, pero siempre, estaban evidentemente escondidos mirando esta escena inocente y grotesca. Porque al siguiente día cuando les preguntaran, lo primero sería: "¿Quién bailó con quién? ¿Un lento?. No sé quienes se divertían más finalmente.

Lo cierto es que en los asaltos se iban cocinando las relaciones futuras. Llegaba la hora del final de fiesta, y cada quien se volvía para su casa. Las chicas en grupo con algún padre buena onda, los chicos en grupo y por lo general caminando. Si tenías suerte, te encontrabas con tu amigo kioskero 24 horas que de contrabando te vendía unos puchos y una cerveza. Si era en la casa de uno de tus amigos te quedabas hasta más tarde pasando el tiempo, y discutiendo los detalles del asalto, y de los lentos.

Si habías tenido mucha suerte, o tenías mucho levante, habías logrado que te dieran el teléfono. Y la discusión era cuándo sería el mejor momento de llamarla. Porque llamar era cosa seria. Había que lograr que:
- nadie te escuchara en tu casa,
- ella estuviera en la suya,
- no te atendiera su padre (las madres por lo general eran buena onda); y,
- bajo ninguna circunstancia te atendiera su hermano, que daba la maldita casualidad que iba a tu mismo colegio, y que era más grande; y del grupo de los malos.

Finalmente te atendía ella y empezaba el segundo desafío, decir lo correcto y concretar el siguiente encuentro en esa misma llamada, que tenía que durar poco porque además era muy cara y tus padres te gritaban: "Cortaaaaaá!". O muchísimo peor aun, te levantaban el tubo del otro teléfono y te lo decían. Si además tenías otros hermanos todos querían que cortaras, y te gritaban o te buchoneaban. Porque el umbral para hacer los llamados eran muy corto, y ellos no llamaban, ellas esperaban un llamado. Y no podía dar ocupado porque otra vez había que juntar valor y blah blah blah.

Esta fue la historia que me tocó vivir a mí, entre mis 14 y mis 15 años. Y fue espectacular. Después llegaron las matiné, las fiestas de 15 y más tarde los boliches. Con los conflictos de la adolescencia y todo, fue una etapa muy feliz, y la mayoría de amigos y amigas de aquella época siguen aún en mi lista de buenos amigos.

Como ésta guardamos muchas historias felices, pero lamentablemente o caen en el olvido o no le dedicamos el esfuerzo suficiente para recordarlas. ¿Quién se anima a comentar cómo fueron sus asaltos?

Comentarios

  1. Excelente relato!! Un lujo!!! Coincido en todo lo que contas. Fuimos felices y tal vez por eso, lo somos hoy

    ResponderEliminar
  2. Como me gustó conocer la historia desde tu lado!!! Que lindos momentos, en algo muy parecidos a los de mi época!! Gracias por el recuerdo

    ResponderEliminar
  3. Bueno yo también era la gordita bonachona en medio de amigas muy lindas y me tocaba hacer de cupido entre ellas y mis primos pues ellos me tenían que acompañar a las fiestas, o no me dejaban ir, ningún chico me quería levantar jajaja pero la pasaba súper bien, Tenía como plus que bailaba bien así que si alguno no quería levantar si no bailar yo era una buena opción

    ResponderEliminar
  4. Faltó el milenario juego de la botellita, con todos los presentes sentados estratégicamente, casi como colimbas!! Que felicidad.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario