La primera vez que lo vi llorar a Daniel, fue ahí, en el hospital. La primera y la última. Estaba a punto de morir, pero él no lo sabía. O quizás lo sabía. Se puso a llorar cuando me vió entrar en su habitación. Lloró desconsoladamente. Creo que esa fue la primera vez en mi vida que ví a un hombre llorar. Quebré en llanto también, pero no en ese momento, esperé a estar solo. Daniel lloraba porque fue mucha gente a visitarlo al hospital. Gente que él quería. Y me imagino que cuando viene mucha gente junta a visitarte de pronto es porque saben algo que vos no sabés, o porque la cosa está más grave de lo que pensás.
Daniel era un tipo alegre, optimista, un soñador. Pero cuando se le metía una idea en la cabeza la llevaba a cabo. Y si podía hacerlo con sus propias manos mejor. Además era el tipo más generoso del mundo. Completa y sinceramente desprendido. Tuve la suerte de que lo eligieron como mi padrino, y de que él como no podía ser de otro modo, haya aceptado.
Llegaba con regalos sorprendentes en mi cumpleaños, pero siempre me daba el regalo en secreto, cuando nadie estaba mirando, y lo acompañaba con un consejo y de paso algún golpe. Tenía fuerza, mucha. Fuerza física y espiritual.
Daniel me enseñó tres cosas que marcaron mi vida para siempre: A ser curioso, a emprender y a dar. Para él todo era posible, solo había que encontrarle la vuelta. Había que preguntar, investigar, intentarlo. Había que animarse a comenzar nuevos proyectos, después se verá. Había que darlo todo.
Miento, ahora que pienso me enseñó una cuarta cosa: Me enseñó que eso que me habían dicho que los hombres no lloran era todo un verso, y que está bien llorar, que es sano, como también es sano no estar siempre alegre y sonriente.
Me muero Juan!!!! Que lindo!!!!! Que buen escrito, descrito más vale.... Genio padrino, genio Juan! Los quiero a los un montón 😍😘😘😘😘
ResponderEliminarJuan, que lindo! Desde el corazón..
ResponderEliminar